Crónica del taller de negociación para traductores de libros (Madrid)

Marta Sánchez-Nieves Fernández

Aunque el taller se llamaba «Taller de negociación para traductores de libros», visto a posteriori creo que no me equivoco si digo que puede hacerse extensivo a la traducción no editorial y a la corrección. En cuanto al mercado de la interpretación, prefiero no arriesgarme y no meter la pata: mi ignorancia sobre este mercado es supina.

Jorge Martín Mora-Rey es especialista en finanzas cuantitativas (para los curiosos como yo, sí, existen también las finanzas cualitativas), y empezó el taller preguntándonos por nuestras expectativas y razones para asistir. Las mías, aparte de mi natural predisposición a apuntarme a todo tipo de cursos, talleres, charlas…, eran básicamente aprender a no soltar todas mis opciones de negociación en el primer mensaje que intercambio con una editorial. Y, además, no reflejar en los mensajes que soy el eslabón débil de la cadena. Que puede que lo sea, pero tampoco es cuestión de dejárselo claro al destinatario una y otra vez.

Una vez presentados todos, Jorge nos explicó los diferentes tipos de mercados existentes (lo confieso, pensé: ya estamos con el capitalismo, la economía y el vender humo. Error). La traducción pertenece a una definición de mercado conocido como oligopsonio: somos muchos vendedores del servicio (traductores) para pocos compradores (editores). Con la característica añadida de que unos pocos compradores concentran casi todo el poder de compra (lo habéis adivinado: los grandes grupos editoriales).

Nuestro mercado no se caracteriza por tener tarifas reguladas por ley, pero casi, dado que tenemos poco margen de mejora y negociación en este campo. Por eso es importante que negociemos también con otros parámetros como pueden ser los plazos y la calidad de nuestro trabajo (revisiones, correcciones, investigación previa…). Es básico que le hagamos saber a nuestro interlocutor el valor real de nuestro trabajo, cuánto cuesta, con datos palpables y justificados. Y, entonces, surgen las grandes preguntas: ¿somos nosotros mismos conscientes de cuánto cuesta? ¿Nos hemos parado a pensar cuánto ganamos cada hora de tiempo efectivo de trabajo? ¿Nos hemos fijado unos estándares mínimos para saber a ciencia cierta que el trabajo que vamos a aceptar nos renta?

No puedo responder a las dos primeras porque soy de las que pajarea por sistema. Pero sé que para saber cuánto tiempo necesito para traducir un texto tengo que evaluar su dificultad, el género, la extensión y el tiempo del que dispongo. Por eso sí que echo cuentas y me he fijado unos maravedíes mínimos para no caer en la trampa de pagar por trabajar.

Otra gran cuestión que surgió tiene que ver con la opacidad del sector cultural español. Esta falta de transparencia influye enormemente en nuestra posición de desigualdad cuando negociamos con editoriales. Porque formamos parte de un gremio compuesto de numerosos traductores «atomizados», sin conexión con otros colegas y que trabajan en un elevado nivel de informalidad, es decir, sin contrato o con contratos que incumplen la LPI. Sin embargo, sí tenemos una poderosa herramienta para combatir la opacidad y la atomización: asociarnos, comunicarnos y compartir información con los compañeros.

Los informes y libros blancos ayudan a compensar la falta de transparencia del sector editorial (y cultural, en general), por eso la colaboración entre traductores es básica. Y el asociacionismo es la forma de sufragar, aunque sea en parte, estos estudios.

Otro factor que no debemos perder de vista es que el comprador final del «producto» no percibe el valor económico de la traducción: apenas hay diferencia de precio entre un libro traducido y otro que no. Es decir, que la traducción disminuye el margen de beneficio de las editoriales. De ahí que muchas de ellas apliquen el denominado efecto commodity: con que esté traducido, vale, la calidad es un valor secundario.

Y aquí es cuando recupero mi discurso de si devolvemos a la tienda un pantalón roto o la fruta en mal estado, ¿por qué no un libro mal traducido aduciendo su falta de calidad? No me refiero a escribir a la editorial con una lista de errores o erratas, no. Esto no afecta a su balance de resultados, pero las devoluciones, sí. Sé que es una propuesta peligrosa por muchos motivos, y ni siquiera yo la tengo clara según escribo. Sé bien que no se trata de llegar y decir que hay una palabra mal traducida o que «aquí yo habría puesto X», pero la lanzo y, mientras, pienso en otras posibles ideas que puedan ayudarnos a llegar al comprador final del producto, es decir, al lector.

Para terminar, charlamos un poco del peligro de la denominada «retribución emocional», que, en nuestro gremio, es directamente proporcional al hecho de dedicarnos a una profesión que, en principio, nos alimenta el intelecto, a la sensación de estar creando cultura, al orgullo o la emoción de ver tu nombre escrito en el libro, al alimento para el ego… Para evitarlo, recomiendo encarecidamente la lectura de esta entrevista a Remedios Zafra, premio Anagrama de Ensayo por su obra El entusiasmo.

Y acabo repitiendo las dos conclusiones que creo que deberíamos grabarnos a fuego o, al menos, tener de fondo de pantalla en nuestro ordenador:

  1. Toda actividad informal va en contra del oficio.
  2. Nuestro nivel de información y de asociacionismo es un elemento clave para maximizar los resultados de nuestra capacidad de negociación.

P. D.: Por si lo estabais dudando, puede que mis expectativas iniciales no se cumplieran al cien por cien, pero que la economía cuantitativa apoye mis ideales proasociacionistas y de colectividad no tiene precio.

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