Crónica personal e intransferible del Primer Encuentro Profesional de la Traducción Editorial en Salobreña, también conocido como El polluelo de Salobreña.

Concha Cardeñoso, socia de ACE Traductores

Ni quiero ni podría hacer una crónica exhaustiva del primer encuentro de traductores profesionales en Salobreña, porque la concentración de asuntos de enorme interés fue, para mí, excesiva, y las neuronas se me negaron a seguir trabajando hacia las dos de la tarde. Añado en mi descargo y en el de los organizadores que me había levantado a las cinco menos cuarto de la madrugada para coger el avión a Granada (que no perdimos de milagro) con Carme Camps y que, si eché una cabezada en el aire, no duró más de diez minutos. Y que llegamos a Granada tempranito y nos reunimos allí con Marc y Lídia y nos pusimos a callejuelear sin parar por el Sacromonte, el mirador de San Nicolás, el Albaycín…

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Por otra parte, algunas entusiastas (bienvenidas sean) me han quitado la exclusiva (bienvenido sea) y ya no queda casi nada interesante por decir. Sin embargo, sí quiero recalcar que oí cosas muy originales, atrevidas e incluso atinadas, y que surgieron propuestas concretas de acción.

La primera, en la inaugural, el viernes por la tarde (nada más llegar a Salobreña, casi, casi, sin haber descansado, sólo una cabezadita de poca monta en el autobús de Granada a Salobreña, y después de conocer a Alicia –que estaba tomándose algo con Paula–, que nos llevó a su casa. ¡Anfitriona de lujo!): las ganas que tiene Rogelio Blanco de cuantificar el rendimiento económico de la cultura para poder defenderla ante las instancias correspondientes en el único lenguaje que entienden: el de los números.

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La concejala de Cultura de Salobreña con Rogelio Blanco (izda.), presidente de ACE y Carlos Fortea (dcha.), presidente de ACE Traductores.

¿Cómo? Para empezar, elaborando algo parecido a nuestro Libro Blanco, pero, claro está, con los datos pertinentes, que reflejen la pasta que mueven los sectores culturales, especialmente el del libro, que puede resistir con toda dignidad la comparación con los de otros sectores más protegidos.

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La segunda (el sábado a primera hora, después de una noche de cena tardía y riquísima encima de un peñón espectacular que le sale al mar. ¡Qué sardinas asadas, qué pescaíto frito y qué estupendo conocer a Araceli, Marta Sánchez-Nieves, Violeta y Susana! Y algunos se fueron de copas. Yo no): la idea de acercarnos a «corregidores y corregidoras» para dos cosas principales que afectan a ambas profesiones. Por un lado, procurar coordinarnos de una forma más transparente para que el trabajo resulte de mayor calidad (que es lo queremos todos) y aprendamos todos más en el proceso.

¿Cómo? Se propuso celebrar un encuentro entre ACEtt y UNICO (ahora pregunto por qué no ASETRAD también) para hablar de lo que profesionalmente tenemos en común y tirarnos de los pelos unos a otros, si hace falta, hasta llegar a acuerdos que redunden en beneficio de la lengua y de la salud mental de ambas partes. Os recuerdo que en este primer encuentro en Salobreña contamos con la participación de un representante de UNICO, Antonio Martín, y, por tanto, la propuesta vale.

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La mesa sobre corrección, con Antonio Martín (UniCo), Alicia Martorell (Asetrad) y Lola Delgado)

Y por otro, ponernos de acuerdo (traductores y corregidores) para negociar con los editores.¿Cómo? Ya está previsto elaborar conjuntamente un catálogo de buenas prácticas que sirva para las dos cosas de las que acabo de hablar, y que se expondrá en la próxima edición de LIBER.

IMG_1837La tercera: Fernando Carbajo, agudo abogado que domina la LPI, supo ver un resquicio de la ley que nos permitiría recomendar tarifas legalmente, y también aconsejó con gran acierto que, en próximos encuentros negociadores con editores, se convoque asimismo a «editores de mesa» y a directores de márquetin, que son los que cortan el bacalao en la editoriales (estos últimos, quiero decir). En resumen: dos supernovas en el terreno legal, además de una concentrada explicación de los próximos cambios en la LPI, que la neurona, saturada, se negó a asimilar, pero que espero entender próximamente, porque Fernando nos mandará una presentación en Power Point.

Todo esto (salpicado de breves escapadas a fumar o a lo que cada cual necesitara, menos café y bollería), más el deslumbrante y halagüeño descubrimiento de que algunos científicos se preocupan por la lengua (véase la reciente sección de Ciencia del Centro Virtual Cervantes. Y Mari Pepa nos hizo reír un poco cuando leyó el resumido currículo de uno de los científicos enmendando sobre la marcha todos los gerundios mal usados), y la confirmación de que los traductores lo tienen mucho peor en algunos países y mucho mejor en otros (¡privilegio del rey Sancho!) nos ocupó la mañana del sábado, de nueve y media a tres.


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La mesa de traducción de terminología científica y la dedicada a la situación de la profesión en otros países.

Hacía un rato que ya no daba más de mí, pero al fin llegó la hora de comer. Repetí Araceli (yo no te voy a dejar sin tus dientes de marfil para hacerme un rosario, te lo juro; están mejor donde están, iluminándote la sonrisa, y no hablo por hablar), Lídia estaba a mi izquierda y, a mi derecha, conocí a Laura Fólica, muy riquina, y sabe navegar entre dos aguas (en el mejor sentido de la expresión).

Nos esperaba por la tarde una sección titulada «A tumba abierta» en la que tenía intención de enterarme de muchas cosas y encontrar propuestas de acción directa, pero no fue así. Sí fue, en cambio, un rato de hablar entre todos de asuntos varios, que también está bien, aunque creo que el cansancio podía ya con nosotros. Surgió un debate bastante caliente en torno a la lista y al Trujamán de María José Furió, del que salió en conclusión, entre otras cosas, que cuando el río suena, agua lleva y que hay que dialogar más entre nosotros, siempre, en la lista y en directo.

2014-09-20 18.43.29Y llegó la hora de un asunto que despertaba expectativas entre muchos asistentes y que me apetecía mucho, porque era una materia puramente traduc-torera: «Traducir de luteranos a católicos», a cargo de Olvia e Isabel. Pero… ¡hete aquí que sólo dio tiempo a la exposición y no hubo lugar a debate, ruegos ni preguntas! Porque teníamos programada la visita guiada al casco antiguo y se estaba poniendo el sol a toda pastilla. De todos modos, se agradeció salir de una vez de la sala que el ayuntamiento de Salobreña puso a nuestra disposición tan amablemente.

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El ayuntamiento también nos prestó al guía que, con simpatía, frescura y conocimiento, nos llevó por las cuestas (¡y qué cuestas!) del laberinto de callejuelas que trepan hasta la cima de la peña, donde está el castillo que levantaron los moros. Después de admirar un arco iris perfecto que, de pronto, se puso todo rojo, llegamos arriba del todo, contemplamos y tocamos los enormes muros y contrafuertes de ladrillo y admiramos la vista desde lo alto, que era magnífica, como suele suceder en estos casos: el mar inmenso, con las primeras luces artificiales a lo largo de la costa, los campos a ras de tierra, que antes eran de caña de azúcar y ahora son de hortalizas, los bancales a media altura, llenos de frutales tropicales… para qué os voy a contar, ¡haber pedido muerte!

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Y ¡sorpresa! (o casi). Después asistimos una lectura de poemas en algunas –varias– lenguas, cada uno con dos versiones al castellano, salvo los de lengua castellana, que se declamaron en versión francesa e inglesa. ¡Qué gracia y qué risa oír «Con cien cañones por banda» en inglés y en francés! Fue deliciosa, porque contamos con unos rapsodas excelentes que nos transportaron a tierras lejanas al son de ritmos distintos y nos acercaron ritmos distintos a las nuestras, con la noche por techo y en un silencio casi perfecto (es que pasó alguna moto inoportuna haciendo ruido). Y nos esperaban, al final, unos deliciosos bocados de fruta tropical de los huertos de Salobreña: (chirimoya, mango, maracuyá, creo), convenientemente pelada, troceada y servida con amor y sabiduría por nuestro amable guía… que también nos calmó la sed de vicio con chupitos de ron de Salobreña.

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A continuación, cena en otro balcón que se asomaba al mar, en compañía de Lídia, Manolo, uno de los rapsodas cuyo nombre no recuerdo, y Teresa. Amena conversación en el transcurso de la cual aprendí que en el habla de Huelva se encuentran vestigios de la influencia del… ¡leonés! ¡Viva mi tierra! Y en Granada, ¡del catalán! ¡Viva mi tierra de adopción! Han ido a encontrarse las dos en el maravilloso y sorprendente sur. ¡Cómo mola! A todo esto, Carmen Montes la novia se dedicó, a la hora del postre, a pasear entre las mesas cantando lo de «me voy a hacer un rosario» y hablando con todos y cada uno de las impresiones de cada cual sobre el encuentro.

Y por fin nos fuimos de copas. Yo también. La risa que pasé con Lídia, Vicente y Marc, que se pusieron a recordar canciones y grupos de los ochenta. Y otra en otro bar, donde empecé a hablar con la simpar Itzíar. Al cabo de media copa larga y a instancias mías, el galante dueño del bar, tras breve discusión (tras de la barra) con su mujer (supongo) me pidió un taxi (es que era de noche y yo vivía en casa de Alicia, que quedaba un poco a desmano, y era de noche, y tenía que irme sola por la playa, de nochísimo como era…) e incluso, cuando llegó el taxi, me acompañó hasta la portezuela y me la abrió para que me subiera… ¡en el asiento del copiloto! Para gran regocijo de los que se quedaban en el bar (entre ellos, Carlos, Marc, Lídia, Itzíar, Vicente, Paula…) y lo vieron todo. Desde luego… ¡cómo sois!

Y llegamos a la mesa redonda (menos mal que era a las once de la mañana), y allí estuvimos hablando, acordando y proponiendo hasta las dos, por lo menos, sin interrupciones. Y habló casi todo el mundo, lo cual me parece muy buena señal y, entre otras cosas, quedó demostrado con toda claridad que es muy saludable y necesario vernos con más frecuencia para algo más que comer, cenar o tomar unas copas (que también, of course!), porque seguro que, en viéndonos las jetas, no habrá tantos roces en la lista y además cobramos fuerza y cohesión, que nos hacen mucha falta.

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La traductora Carmen Montes en la clausura del Encuentro

 Y otro día, si queréis, os cuento la última noche que pasé contigo, Salobreña, y lo que significan «hay más noche que virtud» y «preguntas insólitas».

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